Si nos organizamos...

30/01/2020 POR Pilar Medina EN

 

Corría el año 2012 cuando, entre mis alumnos que egresaban y para espanto de los directivos, estaba muy de moda y hecha bandera, la frase con cantito Si nos organizamos, cogemos todos, como si este fuera el único y último fin de la existencia, como si esto fuera, efectivamente, la máxima aspiración de la persona: sí, bien de adolescente con el cuerpo sitiado por un montón de hormonas. Sin embargo, esta frase que indignaba a los más mojigatos a mí me llenó de fascinación de entrada porque, además de pegárseme el cantito, empecé a ensayar un montón de variables, sin imaginar que esta era una semilla que empezaba a regar: Si nos organizamos, comemos todos… Si nos organizamos, nos cuidamos todos… Si nos organizamos, nos educamos todos… Si nos organizamos, a nadie nunca le faltaría nada. Ni siquiera, o especialmente, amor.

            También hacía no mucho había visto una de esas películas que se hacen en Hollywood exclusivamente para romperte el corazón: Cadena de favores. Además de hacerme llorar y apenarme horriblemente, vi lo más importante de mi vida: Si nos organizamos, nos ayudamos todos. Vi el sistema y la lógica inteligente, en combinación con el amor que lo hace andar, como único motor.

            Faltaba poco para Navidad, uno meses, y mi hija de cuatro años ya le estaba escribiendo su carta a Papá Noel. Si nos organizamos, pensé a las 3 am de una noche de octubre, chicos que no saben lo que es tener un regalo con olor a nuevo, digno, comprado con amor para ellos, deseado y elegido por ellos, podrían recibir uno. Pensé en mis alumnos cuyas hormonas sirven para mucho más que para culminar sexualmente; porque sirven también para mover montañas y encarar empresas imposibles. Y así fue como entré al aula a las 7.30 am, mal dormida pero arrebolada y encendida, y escribí con letra bien grande en el pizarrón: Si nos organizamos, podemos cambiar el mundo.

 

Les propuse, poseída por lo que me parecía una idea perfecta, ir a comedores comunitarios a que los más chicos le escribieran una carta a Papá Noel, como mi hija lo había hecho. Que pidieran lo que quisieran. Después esas cartas las podíamos dividir entre los que íbamos, y luego cada uno buscarle un Papá Noel que quisiera comprarle un regalo a un nene desconocido pero necesitado de ser mirado, registrado y amado. Tomé aire y antes de pedirles una respuesta les dije la verdad más grande de todas: Sola yo no me animo a nada pero, con ustedes me voy a la guerra. Todos levantaron la mano y así nació Pequeños Puentes.

            La primera campaña no salió tan, tan bien pero; éramos demasiados y escasamente organizados, aunque yo hice mi mayor esfuerzo. Pero salió lo suficientemente bien como para no desanimarnos y dejarnos la llama bien encendida. Nunca más pudimos dejar de hacer esto; nunca más pudimos dejar de organizarnos para repartir y compartir el amor entre los niños que más sufren y más lo necesitan. Nunca más pudimos dejar de sumar comedores y también campañas con el mismo sistema personalizado, para el inicio de clases y el día del niño. Tanto se nos iba la pasión en esto, mezcla de la necesidad de los chicos con el placer y adrenalina nuestros de trabajar en esto, que la cosa se nos vino gigante: como un árbol cuyo tamaño y frutos resultan imposibles de predecir. Y no había tiempo para nada que no fuera hacer funcionar las campañas a la perfección: que si 700 chicos escribían una carta, 700 chicos debían recibir nuevo, con nombre y apellido, su regalo personalizado. Éramos menos de diez gatos locos llevando al límite de lo salubre nuestras capacidades y talentos: ni tiempo para la organización interna… Siempre todo para la organización externa, la de las campañas, la que era para los chicos. Los voluntarios que se fueron sumando en el último tiempo llegaron solos: gente que vio luz -luz de amor- y entró, y se quedó. Sumamos y buscamos muchos voluntarios para el funcionamiento de las campañas, pero no para nosotros internamente.

           

Ningún recorrido es lineal ni libre de puntos de inflexión. Y para nosotros lo más decisivo ocurrió cuando nos miramos a los ojos y reconocimos con franqueza que nunca íbamos a querer parar. Ni de sumar chicos, comedores y campañas. Y que tal cosa excedía en mucho nuestra capacidad. Nos dimos cuenta de que necesitábamos poner energía en buscar gente que estuviera tan loca como nosotros, gente que quisiera hacer estas campañas personalizadas, con nuestro sistema y ayuda, en algún comedor de su zona de residencia. Y así fue como apareció -o mejor dicho recordé- en 2018 a la “loca” de Bariloche que me había escrito en 2012, con la potencia de un misil, Quiero hacer lo mismo en Bariloche, ¿cómo podemos hacer? La certeza no sabe de tiempo ni de olvidos. Así que en 2018 se armó el primer equipo “satélite” de Pequeños Puentes, que replica sus campañas con la misma calidad y amor que el de Buenos Aires, en tres merenderos de barrios olvidados de la Patagonia.

            Nos tuvimos que hacer Fundación hecha y derecha. El sueño era enorme y la potencialidad infinita. De repente, nos vimos en la necesidad de ocuparnos de nosotros, internamente, como institución. Trámites, mails, relaciones institucionales, tecnología, burocracia, administración de recursos, gestión de voluntarios, por favor voluntarios… Y sí. Sucede que en Pequeños Puentes, los menos de diez gatos locos estamos haciendo de forma voluntaria el trabajo de empleados full time o part time, trabajando algunos más de ocho horas diarias en nuestras vacaciones. Por un lado, porque estamos previos al lanzamiento de nuestra campaña escolar, que es la más difícil y exigente, y por el otro, porque ahora que tenemos personería jurídica, nada nos frena y deseamos que esta nave, visualizada hace tanto, termine de despegar. Resulta imposible pensar que si atados con alambres -alambres geniales-, logramos la maravilla que logramos, ¿qué no podríamos lograr con más recursos y bien organizados?; que la perfección que logramos afuera si la logramos también adentro, podríamos quizás alcanzar nuestro sueño de llegar a todos los niños que sufren, que necesitan un abrazo, una ilusión, un poquito de infancia y mucha dignidad para crecer más reconciliados con la vida, los otros y con el mundo.

            Si nos organizamos internamente van a llegar todas las personas adecuadas para ser canal de multiplicación, para completar nuestra grandeza que jamás puede ser individual, que solo puede ser colectiva, porque solos no somos seres completos, porque el amor es una palabra demasiado grande para una sola persona o para unas pocas. Como en una orquesta, lo mejor de cada instrumento reside en la existencia de los otros instrumentos que lo complementan y acompañan, en diálogo, contrapunto e intercambio permanente.

            Si nos organizamos bien, podríamos ser una gran orquesta de capacidades y talentos varios, que usados debidamente harían sonar sinfonías llenas de humanidad, que terminen, si no por cambiar el mundo, al menos sí por curar ciertas almas, mejorando su experiencia en esta vida, que también es nuestra vida.


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