Acortar distancias

02/08/2019 POR Pilar Medina EN

Voy a contarles algo personal, porque todo es personal en la vida. 

Hace cosa de dos meses mi hermano se fue a vivir a Inglaterra, bien lejos, con su mujer y sus dos hijos chiquitos, mis sobrinos de seis y cuatro años. Obviamente que la idea, sobre todo, de no mirar crecer en vivo a mis sobrinos con la frecuencia de todos los domingos me estrujó el alma. La despedida de C, la mayor, fue del beso más produndo y el abrazo más duradero que nos pudiéramos dar. Tenía que durar, durar mucho. Ella transitó el desarme de la casa, la mudanza, el viaje y el desarraigo con bastante entereza y alegría, hasta que un buen día, después de dos semanas de ir al colegio simplemente explotó, rompió a llorar, angustiada y enojada: que no conocía a nadie, que nadie le hablaba y que si le hablaban ella no entendía nada; que extrañaba y todo eso que ya sabemos o bien podemos imaginar. 

Cuando me enteré de esto me desesperé. Me desesperé de una forma que yo tengo muy identificada; es una desesperación propulsora de un amor poderoso que no se queda tranquilo hasta que logra llegar. Yo no podía ni puedo aún viajar a Inglaterra para correr y abrazarla y darle la mano y salir a pasear y charlar. Tampoco podía por teléfono charlarle y escucharla, preguntándole por sus emociones como si fuera adolescente y ya fuéramos confidentes. Un poco explorando mi alma y escuhándome y siempre tomando como referencia lo que mi hija vive como expresiones más fuertes de amor de mi parte, decidí lo que podía e iba a hacer: Leerles, por videollamada, todas las noches, al momento de dormir y hasta que se termine el libro, un capítulo del Mago de Oz.  La propuesta fue un éxito. Tanto que todos los días me escriben o mandan audios preguntándome si esta noche habrá cuento. Mi hermano dice que C está mucho más calmada y tranquila desde que les leo; y yo le digo que yo también, que me siento cerca, dando amor y acompañando; que logro viajar a Inglaterra cada noche a caballo de la literatura.

Esta experiencia me hizo tomar conciencia de que yo soy, entre otras cosas, una "Acortadora de distancias", si existiera el título. Y que lo que hago en Pequeños Puentes desde que se fundó es exactamente eso; acortar distancias; porque las distancias se acortan con puentes y los puentes se hacen con ese amor propulsado por la desesperación de llegar. Cuando en 2012 vi la foto de ese niño que sufría sentí esa misma fuerza de amor que hizo nacer este proyecto que achica las distancias enormes (muchos más lejos que Inglaterra) entre la marginalidad, la violencia y el desamparo por un lado, y la magia, la infancia, la dignidad, la humanidad y el amor por el otro.

A todo el equipo, a todos los participantes, a todos los que colaboran de alguna manera: Cuando les pregunten qué hacemos en Pequeños Puentes, podríamos responder -sin temor a equivocarnos- que acortamos distancias.


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