La suerte del escritor
“Por suerte al escritor nunca le gustaron los finales felices”
Y FIN.
Así finalizó el último cuento que narramos este Sábado en el comedor Tamborcitos ¿Atípico, no? pues yo pensé lo mismo, pese a la genialidad de Nicolas Schuff quien arremete convencionalismos o el don gráfico de Pedro Mancini, aún pecaba del sesgo de: ¿Será que les gustará a todos? ¿Lo entenderán? Las edades variaban ¿Se están llevando algo valioso?
Déjenme decirles que si, mi amiga y voluntaria Stefi ya lo sabía, pero no me juzguen, yo tenía mis dudas. La historia comienza con un “Por suerte, además de escribir libros, el escritor tiene un trabajo que le da de comer.” Ajam. “Lamentablemente es un trabajo mecánico y aburrido.” Okey. “Por suerte el escritor es capaz de refugiarse en su imaginación.” ¡Buenismo!
Y el relato continuaba con un sinfín de suertes y desdichas que al final no eran más que nuestros meros puntos subjetivos de ver la vida e interpretar las circunstancias que en principio podían parecer catastróficas. O al menos eso pensé.
Al finalizar de la historia pregunté: ¿Cuál era la mala suerte del escritor? a lo que me respondieron “Lo atacó una horda de zombis”, “Lo persiguió una pandilla de perros.”, “Lo taparon los escombros”, entre otros altercados increíbles de sortear.
Luego, aventuré: ¿Y cuál era su suerte? Ante la segunda pregunta ocurrió un poco lo que esperaba, un momento de silencio, caras pensativas y varios mmm… Hasta que uno de los chicos allí presente, a mí lado, respondió “Su suerte era que siempre podía encontrar la solución a todos sus problemas”. ¡Bingo!.
Gracias Schuff, gracias Pequeños Puentes, gracias niño elocuente.
Gracias por enseñarme a ver la infinidad de sentidos que hay al leer una misma historia y por hacerme llegar las palabras más necesarias de las formas más misteriosas que puedan existir, cuando más las necesito, es todo lo que puedo escudriñar.
Hasta pronto; siempre y cuando las palabras me encuentren y mi gato lo autorice.
Con amor, Noe.
Y el relato continuaba con un sinfín de suertes y desdichas que al final no eran más que nuestros meros puntos subjetivos de ver la vida e interpretar las circunstancias que en principio podían parecer catastróficas. O al menos eso pensé.